ESPAÑOL

“Las primeras alegrías del ministerio sacerdotal”

Destinado a Católica, inicia su brillante servicio sacerdotal en la Iglesia de San Pio V, en un ambiente serio y lleno de estímulos. En este periodo reflexiona sobre los motivos por los cuales muchas almas se pierden, alimentando en el corazón simpatía y gran sentido de humanidad.

En el 1915 nuevamente llamado a la vida militar, hace la petición para ofrecer servicio como Capellán militar a pesar de la desilusión de sus parroquianos y de la familia, pide ser enviado donde hay principalmente la guerra. Ahí se dedica con voluntad a su noble servicio, celebra la Misa en los campos de batalla, consuela y anima a los soldados, recibiendo sus últimas palabras. El episodio en el cual asiste a un soldado castigado con la muerte le queda muy bien grabado en el corazón de don Cavoli, aumentando en él el deseo de salvar las almas.

Terminada la guerra recibe una extraordinaria acogida por parte de su párroco y de sus fieles que esperaban su regreso a San Juan de Marignano, pero él, que por su patria había desafiado la muerte, siente una nueva llamada del Señor. Para hacer discernimiento, se retira a hacer los ejercicios espirituales en el convento de los frailes del Preciosísimo Sangre en Rimini.

El sentido de la responsabilidad en la viña del Señor iba gradualmente tomando posesión de mi conciencia. Si un sacerdote encuentra consolador ver la Iglesia llena de fieles, comuniones con filas interminables, los confesionarios llenos de penitentes, no puede no pensar con tristeza a los otros que no sienten la necesidad de ir a beneficiarse de su ministerio.

(Autobiografía, Y ¿los otros?...)



El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para los otros; su vida no le pertenece si no para gastarla por aquellos que tienen necesidad de él.

(Autobiografía, el sacerdote no es para sí mismo, sino para los otros)



Ingresé en aquel retiro espiritual con el firme propósito de decidir mi futuro, y me puse bajo la protección materna y guía de María Santísima. Allí, diecisiete años antes, me había arrodillado para ir al Seminario, y tuve en seguida, tantas pruebas que la Virgen me había tomado bajo su manto. Tenía motivo, por lo tanto, de confiar en Ella. Le dije filialmente: - Oh María, ilumina mi vida.- (...) Después de una semana trascurrida en la reflexión, en la oración y siguiendo algún sueño misionero, la luz ilumino mi espíritu: -¡Me hare religioso para poder ir a las Misiones!-

(Autobiografía, ¡Ahora, o nunca más!)